Las relaciones entre el hombre y la naturaleza siempre han sido conflictivas. Ella todo el tiempo está resaltando nuestra precariedad y nuestros límites. En contrapartida, nosotros hemos buscado, desde siempre, resaltar el carácter antropocéntrico de la creación y el rol de la humanidad como el sentido mismo del universo.
La religión primero y la filosofía después han planteado este divorcio. El hombre es algo distinto de la naturaleza. Puede ser su amo, su destructor, su amigo, su enemigo, su víctima; pero nunca será naturaleza.
“Lo natural es el mono” decía Ortega y Gasset en respuesta a quienes añoraban volver al Edén de la vida natural queriendo librarse del pecado original del pensamiento y la duda.
La sabiduría convencional todavía sostiene que es la conciencia del propio ser lo que nos aleja de la naturaleza. Lo que nos hace distintos a otros seres vivos.
Este punto de vista ha sido trastocado de manera fundamental por varios pensadores contemporáneos, entre ellos, el premio Nobel de química (1977) Ilya Prigogine. Su Teoría del Caos ha echado nueva luz sobre las relaciones entre naturaleza y humanidad dando al ser humano un nuevo lugar dentro de aquella.
Lo interesante de la teoría del caos es que no busca explicar la identidad hombre-naturaleza desde la irracionalidad del hombre sino que lo hace explorando la racionalidad de la naturaleza.
La teoría del caos nos describe cómo piensa la naturaleza a través de los procesos irreversibles y nos entrega una visión del tiempo como proceso creador. Estos procesos son muy similares a como actúa la sociedad en su conjunto.
El movimiento browniano, mejor conocido como recorrido aleatorio (random walk) es el que mejor explica tanto los fenómenos naturales, como los sociales.
Esto de alguna manera ha re-jerarquizado a los fenómenos naturales dándoles coherencia y dirección. El hombre se comporta socialmente como la partícula en suspensión persiguiendo ciego un objetivo desconocido por él en un universo de azar y necesidad.
Los dejo libres a sus reflexiones, no sin antes sumar un poco de ruido con un pequeño poema de D H Lawrence :
Que fuera autocompasiva.
Un pequeño pájaro caerá congelado de una rama
Sin haber tenido jamás que disculparse ante
sí mismo.