"No necesito hablar
ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes
aquí me rodean,
bien saben mis congojas y mis flaquezas.
Eso es alcanzar
lo más alto,
lo que tal vez nos dará el cielo:
No admiraciones ni
victorias
sino sencillamente ser admitidos
como parte de una realidad
innegable,
como las piedras y los árboles.
(De "Llaneza", Jorge luis Borges)

domingo, 23 de mayo de 2010

Los ideales de mayo

Entrando al Bicentenario me ha dado por reflexionar lo poco que hemos cambiado en doscientos años. Después de todo la Revolución de Mayo fue:
a) una revolución porteña que respondía a los interes del puerto
b) un acuerdo político entre revolucionarios ideologizados y el establishment (comerciantes contrabandistas, militares, burocratas y clerigos).

Además fue un golpe de mano oportunista a una situación externa. No fue, como la Revolución Estadounidense un grito de principios (no taxation without representation) ni como la Revolución Francesa, el asalto de una clase al poder. Fue más bien como la Revolución Inglesa, una mezcla de ideología usada como escusa para acomodar un diferente balance de intereses.

Recordemos que fueron los hermanitos Rodriguez Peña los que ayudaron a Bereford a huir con la idea de lograr el apoyo de Gran Bretaña http://es.wikipedia.org/wiki/Saturnino_Rodr%C3%ADguez_Pe%C3%B1a .

El Cabildo Abierto del 22 de mayo arrojó como resultado una junta presidida por el propio Cisneros. Podemos imaginar una revolución más gatopardista y un Saavedra diciendo que las brevas (higos, http://es.wikipedia.org/wiki/Breva ) no estaban maduras.

Recordemos, a su vez, que Moreno (Mariano no Guillermo) era el Grupo Clarín de la época con su Gazeta de Buenos Aires; que Belgrano era el consulado perpetuo de comercio de Buenos Aires (como el Moreno, Guillermo no Mariano de la época); que Juan José Paso era algo así como el Dromi del momento y que Cornelio Saavedra era claramente el representante de los militares que, como muchas veces en la Argentina, jugó de arbitro entre los intereses de los distintos sectores.

Uno lee la historia argentina desde mayo de 1810 en adelante y no puede dejar de sentir un olor a inmovilismo gatopardista. Nos invade la sensación de que los grandes discursos e ideales siempre han sido esgrimidos para ocultar y defender intereses comerciales directos e identificables con mucha facilidad de un lado y del otro.

Además, cuando uno pondera este hecho evidente con los resultados obtenidos, llega a la conclusión de que a Argentina le ha ido mejor cuando quienes eran los portadores de los intereses conversaban y llegaban a acuerdos que cuando los fabricantes de discursos encaraban políticas persecutorias amparados en alguno de estos intereses en particular.

Argentina es un país de comerciantes, industriales, trabajadores y emprendedores. Pero también es un país de teorizadores y fabricantes de conspiraciones cuyo objetivo no es el crecimiento y la mejora del país sino la virtud abstracta.

En mayo, yo hubiera estado del lado de Moreno y Belgrano, mucho más por lo que se los critica que por lo que se los alaba. Por su defensa a los intereses del libre comercio. La ideología era un argumento de abogados que trajo división y muerte.

En definitiva, toda la lucha posterior a mayo entre el litoral librecomerciante y el interior proteccionista fue zanjado luego de Caseros y hasta el Centenario a partir de un buen acuerdo entre gente de negocios.

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