"No necesito hablar
ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes
aquí me rodean,
bien saben mis congojas y mis flaquezas.
Eso es alcanzar
lo más alto,
lo que tal vez nos dará el cielo:
No admiraciones ni
victorias
sino sencillamente ser admitidos
como parte de una realidad
innegable,
como las piedras y los árboles.
(De "Llaneza", Jorge luis Borges)

lunes, 21 de septiembre de 2009

El Desarrollo económico como experiencia de libertad

La educación, la salud , el trabajo son algunos de los factores clave para alcanzar el desarrollo económico.

Es ya un lugar común la diferenciación entre desarrollo y crecimiento económico. Muchos sectores desdeñan el segundo, resaltando que lo deseable es un desarrollo sostenido e inclusivo de la sociedad; y que el crecimiento puede darse en un marco de inequidad y regresiva distribución de la riqueza.

Como contrapartida, otros sectores sostienen que el crecimiento económico es el primer paso para el desarrollo y que sería impensable un esquema de equidad en un marco de estancamiento.

Este debate podría resumirse como distribucionistas vs. productivistas. Y es, de alguna manera, la dicotomía que ha primado sobre las políticas publicas de nuestra economía.

Dentro de este debate, tanto producir como distribuir han sido excelentes excusas para aumentar el gasto publico en la nomina de empleados y reducir la inversión pero no ha servido ni para generar una mayor producción ni para distribuir mejor.

En la década del 70 Argentina tenía un coeficiente Gini de 0,36, muy similar al de los países industrializados (0,35), mientras que Latinoamérica tenía en promedio un coeficiente de 0,49. En la actualidad, Argentina tiene un coeficiente Gini similar al promedio latinoamericano (alrededor de 0,50) mientras que el coeficiente Gini de los países industrializados ha permanecido constante.

Ni que hablar del PBI per capita que hoy se encuentra en los niveles de treinta años atrás.

Hasta ahora hemos sido un fracaso como proyecto y creemos que de este reconocimiento hay que partir.

Algunos sectores aislados como el campo y las industrias de la tecnología han asomado con propuestas innovadoras pero los modelos implantados desde el estado ya se están encargando de ahogarlos e impedir que fructifiquen.

Sino que otra cosa explica el ensañamiento contra el sector más dinámico e innovador de la argentina, encerrándolo hasta quitarle toda rentabilidad y esperanza de futuro. Y como se explica una ley que grava las computadoras cuando ellas son la herramienta básica de creación en la industria de la tecnología de la información y las comunicaciones.

Nosotros vemos al desarrollo económico de otra manera. No nos sumamos a un debate superfluo y a la postre panfletario sino que encaramos el desarrollo económico como un fenómeno complejo que requiere de un crecimiento sostenido y armónico y de un proceso de distribución que, conteniendo a los sectores más vulnerables de la sociedad, no pierda su condición de estimulo al emprender. De ambición de merito. De construcción de meritocracia.

Para nosotros la discusión del desarrollo económico no pasa ni por la distribución ni por la producción; es un debate sobre la naturaleza de la libertad en el hombre.

La argentina tiene hoy 10 millones de marginados que se encuentran por debajo de la línea de pobreza. Esta masa humana se encuentra incapaz de incorporarse por si misma al mundo, es la letra mas fervorosa del discurso político y es la materia prima del populismo y el avance autoritario en Latinoamérica.

Cuando hablamos de contener a esta población, no nos estamos refiriendo sólo a alimentarlos y vestirlos. Estamos hablando de darles libertad de elegir. No es un tema de debate el que hay que ayudarlos. Pero como se los ayuda no es neutral. Latinoamérica no a ayudado a sus pobres. No lo ha hecho Kirchner, no lo ha hecho Chavez. Los han usado y los han humillado. Los mantienen como diría Marx en la supervivencia y en la supervivencia no hay ni libertad ni futuro.

Diógenes el perro vivía en la calle, se reía de los dueños del poder y era libre. El había elegido su forma de vivir. Nuestros 10 millones de pobres no eligen, se encuentran donde están.

Cuenta Ortega y Gasset que Diógenes se encontraba junto al río lavando sus verduras cuando un ateniense de los oportunistas de su época le lanza: -Diógenes, si te acercaras a los poderosos no necesitarías lavar tu verduras!!!

Diógenes lo mira y con una calma que no le era suya le contesta; -amigo, si lavaras tus verduras no necesitarías acercarte a los poderosos.

Diógenes era libre. El ateniense bufón de algún poderoso no lo era.

La existencia de estos 10 millones de pobres es lo que nos obliga a un diagnostico y a un desafío. Es necesario un ingreso universal que les permita no depender del poder político para sobrevivir. Pero también hay que estimular su espíritu emprendedor no para que quieran salir de esa situación ¡Obvio que quieren salir! Sino para que comprendan profundamente el premio que significa la creación de valor en la sociedad para su espíritu.

Aquí es donde entra la importancia de la educación. No saber leer y escribir porque eso ya no alcanza, estamos hablando de inclusión en el mundo. Estamos hablando de competitividad. Para ello el sistema educativo debe ser superado. La educación tiene que incluirse en todos los niveles de la vida y en todas sus edades. El mundo anda demasiado rápido para dividir a la vida en cuando nos educamos, cuando producimos y cuando descansamos. Hoy el hombre puede ser productivo hasta el ultimo minuto de su vida y debe aprender incluso durante ese minuto. Por eso también pasa a ser vital que la vida se viva plenamente y que se disfrute de toda la actividad.

Educar para crear hombres libres es la antitesis de lo que hoy se conoce como educación publica. Un ámbito donde no existe el riesgo. Donde la diversidad se castiga. Donde la regla es regresar a la mediocridad.

Este objetivo educativo tiene como herramienta fundamental el uso de la tecnología. La revolución tecnológica que estamos viviendo es todo menos estática y este crecimiento continuo, este caos es lo que se necesita para sacar de la modorra a la educación publica.

La revolución educativa no es otra cosa que la revolución emprendedora. Este es el eje estratégico para el crecimiento. Este es el verdadero productivismo.

No vamos a encontrar a un emprendedor pasilleando en los ministerios para obtener una prebenda. Ni lo vamos a encontrar en los actos oficiales aplaudiendo las zonseras de la presidenta.

Hoy existe una materia prima emprendedora sobreviviendo en la argentina. Y debe ser una especie muy dura ya que ha resistido a sesenta años de sistemáticos ataques y en cada crisis son el factor de crecimiento y quienes encuentran la salida.

Ello no los gobiernos son los que van a construir la nueva argentina. Son los que nos van a mostrar el modelo exitoso. Son quienes nos van a ayudar a que seamos como Chile, Australia o Canadá. La política publica no puede ni podrá nunca desarrollar el espíritu emprendedor. No sabe como hacerlo y está fuera de su naturaleza. Pero sí puede generar un marco que estimule la meritocracia, que premie el éxito.

Alexis de Tocqueville en su Democracia en América se preguntaba cuales eran las claves de éxito Norteamericano. Su respuesta fue que una democracia podía prosperar sólo si a la mayor divulgación de derecho se sumaba la mayor libertad para prosperar. Sólo así las características negativas del hombre, su envidia y su comodidad eran anuladas por su espíritu creador. Ese espíritu creador liberado se transformaba generoso constructor de civilización.

Estos dos ejes estratégicos; la contención de la pobreza para que no sea herramienta del populismo y la liberación del espíritu emprendedor como fuerza creadora de valor son los dos factores fundamentales para construir una dinámica que saque a nuestro país de su actual fracaso. Pero no son los únicos.

Una autentica reforma del Estado que libere los recursos necesarios para poder cumplir con estos objetivos antes de que nuestro país colapse por el peso de un aparato ineficiente y corrupto es una condición necesaria.

Finalmente, pero no por eso menos importante es la reconstrucción de la justicia como poder de estado, como institución y como concepto social, sin el cual es imposible construir un consenso que no se base sólo en sobrevivir. Los sobrevivientes quieren sólo eso y a eso supeditan todos los aspectos de la vida. Las sociedades construyen valores, por algunos de ellos vale la pena arriesgar la vida.

El desarrollo económico, la creación de valor social solo se logra en sociedades libres es una experiencia de libertad. Esto requiere sacar a nuestros pobres de la humillación, premiar adecuadamente a la creatividad y el emprendedorismo y la creación de un marco institucional que nos de sentido como sociedad.

Las sociedades se hacen a si mismas, no las construyen iluminados. Es nuestra responsabilidad superar esta Argentina de sobrevivientes y transformarla en una sociedad que pueda cumplir con lo que el mundo ya se ha cansado de esperar de nosotros.

sábado, 19 de septiembre de 2009

ladrandole a la luna

Me petrifican las palabras e inmoviliza el sin sentido
De este cifrar el universo a través de combinaciones.

Los artificios me liman casi tanto como el protocolo
Y el hecho de ser un animal social me va descuartizando.

Me estoy cansando de ser un hombre frente a la naturaleza.

Ella me va seduciendo con su elocuencia silenciosa
Con su fluída permanencia, con su indiferente triunfo
Ante nuestra triste vocación de establecer supremacías.

Me gustaría mudar de ánimo con las estaciones
o, cuando mi carácter no armonice, emigrar al norte.
Dialéctica de ser entero sin presión de interpretarlo.
Gracia cierta de vivir en Dios sin fisuras donde se calcen
Las inoportunas preguntas y las culpas desagradables.

El círculo de las cuestiones que nos aquejan a todos
Se reducen a este disimular nuestra vocación al humus
Que pese a todo, con paciencia, realiza su proselitismo

domingo, 13 de septiembre de 2009

La Declaración de Autonomía

Tener la premiere de los indicadores que año a año prepara Agustina Lonardi junto al equipo de la Fundación Libertad, significa un privilegio que aprovecho para reflexionar sobre nuestro federalismo.

Es notable que un país que vivió una guerra civil de más de 20 años para decidir entre un modelo federal y otro unitario haya caído de una forma tan patética en el cinismo de la palabra.

El fin del gobierno del primer periodo Kirchner y el comienzo del segundo, marcó el punto más alto en el retroceso del federalismo en la Argentina. Superpoderes, aumento de retenciones dos veces durante una misma cosecha y sin ley de coparticipación. Los recursos administrado por el gobierno nacional alcanzaron el 80% de la totalidad de los recursos del sector publico.

A este hito hay que sumarle la mayor presión tributaria de la historia de la Argentina y tendremos el cuadro completo del grado de poder económico que acumuló Kischner hacia principios de 2007.

Salvo la ciudad de Buenos Aires, ninguna recaudación de alguna otra jurisdicción llega al 50% de sus ingresos corriente. No es de extrañar que, incluso las supuestamente opositoras Santa Fe y Tierra del Fuego se alinearan a los designios del poder central.

Entonces sobrevino la resolución 125. Y el sector productivo más moderno de la argentina, aquel que nunca tuvo subsidios, que permanentemente ha tenido que lidiar con precios internacionales fluctuantes y con gobiernos insaciables, encaró una epopeya institucionalizadora que obligó a la clase política, la supuestamente dirigente, a alinearse detrás de él.

Desde entonces la argentina vivió una guerra de desgaste que finalizó el 28 de junio con la derrota del poder central en las urnas.

Nestor Kirchner ha sido derrotado, pero el modelo centralista pseudo-federal que lo precedió sigue incólume y corre riesgo serio de continuar una vez que el haya abandonado el poder.

Esto es así porque el sistema desde el punto de vista de los incentivos que lo dominan es estable. El gobierno central se hace de los recursos y los reparte a las provincias con discrecionalidad. Obviamente, para el gobierno central esto es virtuoso, ya que cada partida es una herramienta de subordinación para propios y extraños.

Pero lo notable es que esto también funciona para las provincias quienes en tiempos de bonanza recibirán lo suficiente siempre y cuando respondan con sumisión. Y en tiempos de escasez dejarán que el costo lo pague la caída del dictador de turno.

Los gobiernos provinciales pueden ser irresponsables, ya que toda la culpa recae en quien discrimina el gasto. Intentar rebelarse significaría encarar reformas, formular políticas, reclamar cambios, modificar tributos, pedir sacrificios, pagar costos. Y nada es más pavoroso para un gobernador que tener que pagar costos.

De todas maneras la rebelión no parece una alternativa para la hiperracional evaluación de un político argentino. El político argentino es un sobreviviente que sabe que la audacia es internarse en mares poco amigables para sus frágiles embarcaciones.

Se avecinan tiempos de mala. A la recesión que tristemente intenta ocultar el Indec hay que sumarle la casi obligada baja en las retenciones que sobrevendrá como tributo a quien lucho su guerra. Ya sin superpoderes el gobierno quedará a merced de la lucha corporativa que, dura en tiempos de abundancia, es inclemente en épocas de crisis.

Arreciarán los reclamos sindicales, los pedidos de devaluación de los sectores que vayan perdiendo competitividad, los rojos presupuestarios y la creatividad contable. Lo que no aparece en el horizonte es un reforma tributaria que de nueva vida al federalismo.

Está faltando una declaración de autonomía de las provincias. Y esa declaración debería sostenerse en el manejo de sus propios recursos, en la madurez de hacerse cargo de la recaudación.

El año pasado tuve la oportunidad de visitar Gipúzkoa. Y en una muy interesante entrevista con un diputado me contó como todo su movimiento nacionalista había nacido a partir de que el gobierno de Madrid le había revocado sus fueros. Esto es, el privilegio de los países vascos para recaudar sus propios impuestos.

El sistema de coparticipación devalua al federalismo y los superpoderes y la concentración tributaria son su certificado de defunción. Las provincias recuperarán su autonomía sólo si se hacen cargo de su responsabilidad tributaria.

El una decisión que requiere cierto grado de coraje porque la responsabilidad del gobierno empieza a caer en cada provincia, pero como alguna vez dijo Albert Camus; “no hay azar en elegir lo que a uno lo deshonra”.