“Toda organización tendrá que aprender a innovar, y la innovación puede organizarse como un proceso sistemático y debería organizarse como tal”. Peter Drucker
Ya no sólo las empresas, cada comunidad debe entender el futuro como un continuo de competencia-cooperación donde quien no adquiera un rol productivo en el proceso innovador va a quedar desfasado.
El Estado como operador no está en condiciones, por su naturaleza burocrática, en convertirse en un gestor de innovación. Eso debe dejarse al emprendedor, al individuo con el conocimiento, la motivación y la épica para explorar nuevos escenarios.
Finalmente, el juicio del éxito o el fracaso de una gestión de innovación, de un emprendimiento innovativo debe dejarse a la sociedad. Es el cliente quien dará su juicio sobre la utilidad de un nuevo proceso, producto o servicio. Ese tampoco debe ser un lugar para el Estado.
Pero el Estado tiene un rol fundamental en los procesos innovativos que construyen las nuevas sociedades. El Estado no desaparece en una sociedad dinámica que prueba y se equivoca, que premia el acierto y olvida tristemente el fracaso. El Estado tiene el lugar de la regulación, de la política pública.
Y la política pública son las reglas del juego y el dónde se vigila que las mismas se cumplan.
La responsabilidad y la rendición por lo actuado es tan vital para la innovación como el aporte de la creatividad y las ideas frescas: hacen que un juego se transforme en un deporte y que una tecnología prospere y beneficie a la humanidad.
En el mundo de la libertad creativa no hay ideas buenas o malas. En el mundo de la innovación todo se prueba y el cliente juzga. Pero el cliente es un juez cruel que castiga lo que no le satisface, desechándolo y condenándolo al olvido.
El castigo es terrible pero está relacionado con un premio muy dulce. Sólo basta ver la confianza y el reconocimiento que se lleva un Steve Jobs, un Warren Buffet o un Nicholas Negroponte para aceptar que vale la pena jugar el partido de las ideas puestas en acción.
Un juego tan cruento requiere de leyes claras, aceptadas y responsables. Requiere que se acepte que el fracaso no es malo y que el éxito está construido sobre muchos intentos fallidos.
He ahí donde la política pública tiene su rol. Defendiendo al mérito, estimulando al que empieza, registrando y promoviendo mejores prácticas, castigando a quien no asume el proceso con responsabilidad.
Como ejemplo quiero dar cuenta de una institución que tenía la Grecia Antigua -que a mí siempre me ha impresionado mucho-. Obviamente, Atenas fue el primer lugar donde el proceso de conocimiento fue claramente gestionado y donde pensar e innovar no fue una excepción sino una regla.
Como dice Nietzsche: El mundo tiene héroes, Grecia tuvo sabios.
En Grecia cuando alguien adquiría demasiado poder, en cualquier sentido, tanto que podía poner en riesgo el normal desenvolvimiento de la comunidad; el ágora, es decir, la democracia directa, podía expulsarlo durante 10 años, sin mediar más proceso que el deseo de los ciudadanos.
Esta práctica, llamada Ostracismo (de Ostracon, concha que es donde se ponía el nombre de la persona que se quería expulsar), no implicaba pérdida de derechos ni de dignidad. Simplemente era un resguardo de la ciudad frente a un ciudadano demasiado exitoso.
Grandes Griegos como Arístides el sabio o Protágoras el sofista sufrieron el ostrasismo. Riesgo presente en todo momento en su sociedad y que, sin embargo no evitó que se tratara de una de las sociedades donde la gestión del conocimiento se realizara de la mejor manera.
Obviamente, no pretendo que se imponga una ley tan dura para un innovador exitoso. Pero pone el acento en los problemas que se generan las sociedades donde el éxito impone un peligro para su evolución.
La política pública no debe ser ni la gestora de la innovación, ni la jueza del éxito de ésta. La política pública debe ser la guardiana de las buenas prácticas y la defensora de un comportamiento responsable.
El éxito trae poder y el poder trae abuso. El estímulo a la innovación debe permanecer pero no degenerar en que el innovador de ayer sea el retrogrado de hoy. Eso es gestión de innovación. John Dos Passos en su libro “El Gran Dinero” realiza una semblanza de la vida de Henry Ford. La termina de esta manera:
“Henry Ford en la vejez es un apasionado anticuario. Reconstruyó la granja de su padre así como él la recordaba de chico. Construyó un pueblo de museos de antiguos coches, trineos, viejos arados, turbinas y antiguos modelos de automóviles. Hurgó todo el país en busca de violinistas que supieran tocar cuadrillas bien pasadas de moda. Compró muchas tabernas viejas a las que restituyó su aspecto original, así como los primeros laboratorios que fueron de Edison. Al comprar la Wayside Inn cerca de Sudbury, Massachusetts, hizo que la carretera que pasaba frente a la puerta fuera desviada, a fin de que los nuevos modelos de los automóviles que rugían y silbaban (el nuevo ruido del automóvil) no le molestara y reconstruyó la antigua carretera llena de pozos para que todo estuviera como en los días del coche y el caballo.”
El rol de la política pública en la gestión de innovación es, fundamentalmente, proteger a las ideas nuevas, de la autoridad constituida y del saber institucionalizado de las ideas viejas.
Ya no sólo las empresas, cada comunidad debe entender el futuro como un continuo de competencia-cooperación donde quien no adquiera un rol productivo en el proceso innovador va a quedar desfasado.
El Estado como operador no está en condiciones, por su naturaleza burocrática, en convertirse en un gestor de innovación. Eso debe dejarse al emprendedor, al individuo con el conocimiento, la motivación y la épica para explorar nuevos escenarios.
Finalmente, el juicio del éxito o el fracaso de una gestión de innovación, de un emprendimiento innovativo debe dejarse a la sociedad. Es el cliente quien dará su juicio sobre la utilidad de un nuevo proceso, producto o servicio. Ese tampoco debe ser un lugar para el Estado.
Pero el Estado tiene un rol fundamental en los procesos innovativos que construyen las nuevas sociedades. El Estado no desaparece en una sociedad dinámica que prueba y se equivoca, que premia el acierto y olvida tristemente el fracaso. El Estado tiene el lugar de la regulación, de la política pública.
Y la política pública son las reglas del juego y el dónde se vigila que las mismas se cumplan.
La responsabilidad y la rendición por lo actuado es tan vital para la innovación como el aporte de la creatividad y las ideas frescas: hacen que un juego se transforme en un deporte y que una tecnología prospere y beneficie a la humanidad.
En el mundo de la libertad creativa no hay ideas buenas o malas. En el mundo de la innovación todo se prueba y el cliente juzga. Pero el cliente es un juez cruel que castiga lo que no le satisface, desechándolo y condenándolo al olvido.
El castigo es terrible pero está relacionado con un premio muy dulce. Sólo basta ver la confianza y el reconocimiento que se lleva un Steve Jobs, un Warren Buffet o un Nicholas Negroponte para aceptar que vale la pena jugar el partido de las ideas puestas en acción.
Un juego tan cruento requiere de leyes claras, aceptadas y responsables. Requiere que se acepte que el fracaso no es malo y que el éxito está construido sobre muchos intentos fallidos.
He ahí donde la política pública tiene su rol. Defendiendo al mérito, estimulando al que empieza, registrando y promoviendo mejores prácticas, castigando a quien no asume el proceso con responsabilidad.
Como ejemplo quiero dar cuenta de una institución que tenía la Grecia Antigua -que a mí siempre me ha impresionado mucho-. Obviamente, Atenas fue el primer lugar donde el proceso de conocimiento fue claramente gestionado y donde pensar e innovar no fue una excepción sino una regla.
Como dice Nietzsche: El mundo tiene héroes, Grecia tuvo sabios.
En Grecia cuando alguien adquiría demasiado poder, en cualquier sentido, tanto que podía poner en riesgo el normal desenvolvimiento de la comunidad; el ágora, es decir, la democracia directa, podía expulsarlo durante 10 años, sin mediar más proceso que el deseo de los ciudadanos.
Esta práctica, llamada Ostracismo (de Ostracon, concha que es donde se ponía el nombre de la persona que se quería expulsar), no implicaba pérdida de derechos ni de dignidad. Simplemente era un resguardo de la ciudad frente a un ciudadano demasiado exitoso.
Grandes Griegos como Arístides el sabio o Protágoras el sofista sufrieron el ostrasismo. Riesgo presente en todo momento en su sociedad y que, sin embargo no evitó que se tratara de una de las sociedades donde la gestión del conocimiento se realizara de la mejor manera.
Obviamente, no pretendo que se imponga una ley tan dura para un innovador exitoso. Pero pone el acento en los problemas que se generan las sociedades donde el éxito impone un peligro para su evolución.
La política pública no debe ser ni la gestora de la innovación, ni la jueza del éxito de ésta. La política pública debe ser la guardiana de las buenas prácticas y la defensora de un comportamiento responsable.
El éxito trae poder y el poder trae abuso. El estímulo a la innovación debe permanecer pero no degenerar en que el innovador de ayer sea el retrogrado de hoy. Eso es gestión de innovación. John Dos Passos en su libro “El Gran Dinero” realiza una semblanza de la vida de Henry Ford. La termina de esta manera:
“Henry Ford en la vejez es un apasionado anticuario. Reconstruyó la granja de su padre así como él la recordaba de chico. Construyó un pueblo de museos de antiguos coches, trineos, viejos arados, turbinas y antiguos modelos de automóviles. Hurgó todo el país en busca de violinistas que supieran tocar cuadrillas bien pasadas de moda. Compró muchas tabernas viejas a las que restituyó su aspecto original, así como los primeros laboratorios que fueron de Edison. Al comprar la Wayside Inn cerca de Sudbury, Massachusetts, hizo que la carretera que pasaba frente a la puerta fuera desviada, a fin de que los nuevos modelos de los automóviles que rugían y silbaban (el nuevo ruido del automóvil) no le molestara y reconstruyó la antigua carretera llena de pozos para que todo estuviera como en los días del coche y el caballo.”
El rol de la política pública en la gestión de innovación es, fundamentalmente, proteger a las ideas nuevas, de la autoridad constituida y del saber institucionalizado de las ideas viejas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario