"No necesito hablar
ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes
aquí me rodean,
bien saben mis congojas y mis flaquezas.
Eso es alcanzar
lo más alto,
lo que tal vez nos dará el cielo:
No admiraciones ni
victorias
sino sencillamente ser admitidos
como parte de una realidad
innegable,
como las piedras y los árboles.
(De "Llaneza", Jorge luis Borges)

martes, 8 de diciembre de 2009

No hace falta una decada

En agosto de 1943, Luis Einaudi, -quien luego sería presidente de Italia y uno de los artífices de la recuperación de la posguerra- escribía un artículo titulado “No se necesitan decenios”.

En el mismo, se quejaba de los agoreros que ponían en términos temporales la recuperación económica de su país y sostenía que las recompensas por resolver los problemas no tardan nada, desde el momento en que se liberan las fuerzas creadoras de los empresarios.

“¿Por qué muchos están desanimados pensando en los decenios de trabajo duro necesario para rehacerse un lugar en el mundo? – preguntaba Einaudi en su artículo - Porque se piensa que la recuperación, la vuelta al bienestar, son posibles solamente gracias a elementos materiales, a la formación de nuevos capitales, a los préstamos amplios de dineros o mercancías desde el exterior.”

La clave del crecimiento, sostenía Einaudi, no estaba en los bienes materiales que son importantes aunque no esenciales, sino en las condiciones necesarias para que los generadores de empresa puedan operar:

“Si los hombres pueden confiar en el porvenir; si saben que las leyes en vigor no cambiarán, sino después de una libre y larga discusión, a la que todos tienen acceso; si saben que las leyes vigentes no pueden ser modificadas por el arbitrio de un jefe, y deben ser aplicadas según la interpretación de un magistrado independiente; entonces, estén seguros que los aportes materiales para la reconstrucción del país acudirán de todos lados, del interior y del exterior.”

Son las reformas institucionales y el cumplimiento de la ley lo que motoriza el crecimiento y atrae al capital material. Con la creación de estas condiciones el crecimiento se da con facilidad y el empleo empieza a crear riqueza, sin el imperio de la ley lo único que logra el gobierno es contener una pobreza creciente a través de programas donde se reparten mendrugos.

Esta realidad lo fue tanto para Italia, como para todos los países europeos luego de la Segunda Guerra Mundial. También lo fue para la Argentina de la hiperinflación, y la regla es general para cualquier país sumido en una crisis terminal: el camino de la recuperación puede iniciarse en este instante, sólo basta ponerse a trabajar en la dirección correcta.

El tiempo no es una pasiva concatenación de minutos, no es simplemente un devenir de fuerzas ciegas que hacen que las cosas sucedan ante nuestros ojos. El tiempo es construcción diaria de la voluntad, y depende de su utilización, los resultados que obtendremos.

Tampoco se requiere de complejas ingenierías ni de enormes gestos patrióticos. Cuidémonos de los que inflan sus discursos con palabras como patriotismo, sacrificio o piden grandes esfuerzos, pueden apostar a que ningún renunciamiento surgirá de ellos.

El camino no es fácil pero no porque sea complejo. El camino no es fácil porque está sembrado de pícaros y encantadores de serpientes que buscan vendernos la fórmula mágica para la Argentina exitosa, una fórmula que, supuestamente, sólo ellos podrían aplicar de manera de convocar a todas las fuerzas reactivadoras y ahuyentar a los demonios que evitan que logremos nuestro merecido éxito.

Lo que esta crisis debería enseñarnos es que los charlatanes los pagamos con nuestro dinero y que no hay forma de crecer ni en tiempos de crisis ni en tiempos bonanza sin levantarnos todos los días y realizar nuestro aporte comprometido.

Tampoco se necesita una plétora de capital ni un ejército de capaces para poner a la Argentina en marcha. Bastan algunas reformas en los aparatos de administración del estado y en los contratos que relacionan a la gente, que aumenten su productividad y cambien las expectativas de rentabilidad de los emprendedores:

1. Una Reforma del Estado
De manera que el dinero que pagamos en forma de impuestos vuelva efectivamente en servicios: seguridad, salud, educación, calles limpias y arregladas, trámites sencillos y rápidos. Una reforma del Estado no es echar gente, ni vender la Patria; es que quienes son servidores públicos cumplan con su trabajo y que toda la sociedad pueda disfrutar de su aporte.

2. Una Reforma Tributaria

Simplificando la maraña de regulaciones, impuestos y excepciones impositivas por pocos, simples y bajos impuestos que se paguen regularmente permitiendo que las empresas ganen y crezcan para que ellas, creen empleo y empujen el crecimiento.
Es una vergüenza contar con un sistema impositivo que es fuente de corrupción y que hace que una empresa pueda ganar, solo si defrauda al fisco.

3. Una Reforma Federal
Que dé un nuevo sentido al Sistema Federal Argentino a partir reglas del juego claras que eliminen la coparticipación federal que hace que las provincias puedan repartir lo que no recaudan transformándolas en clientes del Estado Nacional y en dadoras de favores políticos para sus gobernados. Hoy la mayoría de las provincias chicas en vez de buscar crear trabajo genuino son cuevas de empleados públicos.

4. Una Reforma Laboral

Es necesario incentivar la toma de trabajadores y la disminución del desempleo a partir de leyes laborales flexibles que premien a los buenos trabajadores y castiguen a los malos. Un desempleo del 30% no se debe a cuestiones mágicas, es la consecuencia de leyes que funden a los empleadores con cargas laborales imposibles de soportar.

No se requieren decenios para que Argentina vuelva a ser la que fue. No se necesita de grandes prohombres ni desinteresados patriotas. Que cada uno piense qué pediría para ser él mismo un generador de empleo neto y un empresario exitoso; eso es: seguridad, paz interior, rentabilidad para su empresa y posibilidades de contratar personal sin fundirse en el intento.

La Segunda Guerra Mundial fue una catástrofe de dimensiones aterradoras, millones de personas murieron y incontables recursos materiales fueron dilapidados y destruidos. Pero el mundo volvió a crecer y la historia lo llamó milagro. No se necesitaron décadas, sólo entender que la producción, que consiste en hacer funcionar y cooperar lo que por sí está desunido, no es un hecho material; es un hecho espiritual. Es el milagro que genera la confianza de la gente en las leyes y el convencimiento de que existe un premio para quienes encaren empresas; un premio que no les será robado por el gobierno.-

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